lunes, febrero 28, 2011

Aventura Pasajera - Capítulo 3 - FINAL

Che loco, estas buscando a la minita de campera roja, ¿no?

¡Sí! ¿Adónde se fue?, ¿la vistes?

Sí, apenas te fuiste para el baño se le acercó un flaco rubio, le dijo algo al oído, y encararon para la puerta.

¡Hija 'e puta, me dejó de garpe!

Sí, te durmió. No te vuelvas loco, nos pasó a todos.

Onda Vaga tocaba su último hit y la gente saltaba extasiada. César se iba abriendo paso a empujones hacia la salida. Una vez en la calle miraba para todos lados, buscaba inútilmente a la turra que lo vivió toda la noche y se rajó a la primera de cambio. Las dos cuadras hasta el estacionamiento fueron duras. Se le había ido un poco el pedo por el malhumor, pero el piso todavía estaba movedizo. La puteaba a ella, a si mismo, a Onda Vaga, a Fernandito.

Subió al taxi y arrancó sin rumbo fijo, natural para un tachero. Paró en el kiosquito de Corrientes y Medrano y se compró una petaca de Criadores. Cerca del Planetario estacionó y se la tomó en un par de tragos. Con el mareo propio del alcohol barato, agarró Alcorta directo a los Lagos. Al llegar empezó a preguntarle a las "chicas" si alguna iba para Caseros. La idea no era mala, se estaba yendo a dormir, y quería intercambiar un aventón por unos mimos.

Empezó de mayor a menor. Primero las rubias, después las morochas más sugestivas. En la primera vuelta no hubo suerte. La segunda fue sin filtro. Sheila asomaba una sombra de barba y las tetas eran simplemente un corpiño armado que dejaba ver el hueco del lado de adentro. Manos grandes, quijada importante. Luego de un intercambio epistolar, la morocha subió al taxi. No necesitaba ir a Caseros, pero arreglaron una paja por veinte mangos que tenía guardados para cargar gas y la tuca que había sobrado. La fumaron bajo un árbol cómplice, y la trabajadora se abocó a su tarea, pago anticipado.

César emprendió el regreso a Caseros con los ojos rojos y la vista nublada. Los semáforos se hicieron eternos. Toda su atención se fijo en los posibles controles, por lo que evitó las arterias principales. Usó todas las técnicas conocidas por los tacheros para no quedarse dormido al volante: ventanillas abiertas, aire acondicionado fuerte, un poco de agua en la cara, incluso autocachetadas. Logró llegar sano y salvo, estacionó y abrió la puerta del PH con sigilo. La del departamento uno es tan chusma, que hace un par de años se había mudado del siete al uno sólo para poder ver quién entra y quién sale. Apenas entró se golpeó la tibia con una maceta vieja, que sólo tenía tierra y un palo seco en el medio —Vieja hija de puta, dijo mordiéndose el índice, mientras que se frotaba la pierna fuerte con la otra mano. Siguió tambaleándose por el largo pasillo, chocando con las paredes. En la mitad estaba el eterno charco bajo la canilla, dio un paso grande, un saltito. Pese al esfuerzo, el pie derecho cayó en el borde del charco. El verdín de la baldosa y unos mocasines gastados no son una buena combinación. Al abrir los ojos estaba acostado boca arriba, con la espalda mojada y un chichón en la nuca. No sabía cuánto tiempo estuvo ahí, pero estaba seguro que el estruendo de la caída había retumbado hasta la puerta uno.

Se levantó y vio que tenía el gato de la del cuatro acostado al lado suyo, lo despertó de una patada en el culo, y caminó hasta su puerta mientras se sacaba la campera Charro, el jean mojado pesaba una barbaridad. Llegó a sacarse la remera y el pantalón antes de caer pesadamente en la cama.

A la mañana o mediodíasiguiente despertó con un terrible dolor de cabeza. La resaca, el golpe en la nuca, el orgullo, todo le dolía. Todavía tenía puesto el slip rojo que había elegido para la ocasión y las medias nuevas, sin agujeros. Se quedó acostado un minuto, mirando fijamente las dos raquetas de paddle rojas impresas en las medias — Que pelotudo.

Luego de un baño fugaz se volvió a poner las mismas medias, el jean, todavía húmedo, la camisa y la corbata, que exigían por norma en la radio. Tomó unos mates amargos, con unos bizcochitos que habían quedado arriba de la mesa y salió. Le iba a tener que pegar hasta tarde. Al salir a la calle, la del uno estaba sentada en la vereda tomando mate con la de al lado.

¡Que susto me dio anoche uste'! Primero lo escuche putiando y despué’ escuche un ruido fuertísimo, nos tomamo’ unas copas anoche, ¿no? dijo en un tono que lindaba entre cómplice y policía.

Estoy bien señora, volví tarde de laburar nada ma’, soltó César en tono seco.

Abrió el auto y salió un barandazo a perfume de traba insoportable. Bajó todas las ventanas y roció los asientos con un spray que tenía en la guantera — ¡Brisa del campo, las pelotas!

Agarró derecho para Palermo, a esa hora siempre había movimiento. Dobló en Costa Rica y pensó en pasar por el hotel de Honduras a buscarla, y putearla. Al doblar la esquina, un flaco levantó la mano. Iba para Ballester, lindo viaje como para decir que no. Salieron a Córdoba y en la esquina de Malabia vieron paradas a dos minas altas, rubias, mapa y cámara en mano.

¿Vio que cada vez hay más europeas por este barrio? Dijo el flaco, tratando de entablar conversación. — Dicen que esas agarran viaje enseguida.

Cesar levantó la cabeza, lo miró al pibe por el espejo y haciendo montoncito con su mano derecha lanzó:

Decímelo a mi pibe, anoche salí con una alemana que enganché en San Telmo. ¡Un camión! La saqué de paseo, fuimo’ a un recital y despué no sabe’ cómo me la cogí.



...