sábado, diciembre 02, 2017

Creciendo juntos

Faltan días, no sabemos si uno o siete. La sorpresa y la incertidumbre los hijos te las enseñan de chiquitos. 

Te esperamos con ansias, con miedos, con un poco menos de atención. Serafo se encarga de eso. Crezco desde que la conocí a tu mamá. Desde que me dejé llevar por alguien que se deja llevar. Multiplica. Hay una relajada tensión que me enseña a dejar crecer y crecer yo con eso. Anda. Hace. Viví. Sentí. El pasto va verdeando a medida que te acercas. Todo se pone de fiesta. Se vienen las fiestas. Vamos a poner arbolito este año. Nos vamos a divertir montones armándolo, con vos dormida ahi al lado seguro. Nos dejan volver a jugar. A descubrir el juego y el porqué nos gustaba tanto. La adultez a veces es un camino hacia el no perder el tiempo. Queda menos, hay que aprovecharlo. Una pelotudez. (saltear la puteada si todavía sos chiquita cuando te lo lea).

Me llena de amor el pecho imaginar la situación en que entro con Serafo a la habitación y esta mamá con vos en brazos dormida. La cara de Serafo cuando te vea la tengo delante mío en este momento. Entre sorpresa, alegría y un cuiqui bárbaro. Igual que nosotros básicamente. 

Incondicional. Algo que nunca me consideré era incondicional. No creo mucho en el zodíaco, pero eso de que libra es equilibrado creo que me aplica bastante. Ni muy muy, ni tan tan. En el diome. Todos los relatos tienen dos caras y todo tiene una de cal y una de arena. Era casi utópico el incondicionalismo, o peor, obtuso. Aunque no tanto, porque eso es lo que me genera verlo a Serafin durmiendo, o a mamá caminando con los pies como un pato hermoso con vos en la panza revolcándote de alegría. 

Mamá es hermosa. Ella no lo cree, pero lo es. Ella ES la belleza en la imperfección. Por eso lo profesa en todo lo que hace. Me redefinió tantas cosas que no entendí nada. Le metí el cepillo en casa a los 3 días. Después de que no quiso que la acompañe al barrio chino a comprar los regalos de navidad. Freezer. 

Se vienen tiempos hermosos. No puedo esperar a jugar hasta que me duela todo. Llegar de trabajar y que se me tiren encima, como hace hoy Serafo. Ese pique corto que tira con los brazos extendidos y los rulos saltando por su cabeza. Hace que todo se acomode. Me reordena las ideas y borra la RAM (nerd alert).

Me dicen que con una hija perdes el NO. Yo lo tengo bastante perdido con Serafo, así que me la creo. 

Rita. Tiene personalidad. Corto, con erre. Te pega un cortito en la pera. Te avisa que algo se viene. Vas a ser tan lo que quieras tanto, que no te imaginas. 
Estoy escuchando a Eddie Sierra. The key to your heart. O la llave de tu corazón, como decían en Horizonte. 94.3. Una nueva hora comienza. Ya te voy a enseñar a tirar puñito y espero allá por el 2032 (hice la cuenta) vuelvan los 80 de alguna manera y puedas apreciarlos a puño limpio.

A mamá le gusté por el tatú de la Princesa Sputnik, que habla de hacer obra, de hacer algo que quede y no tanto la paja (se supone que en el 2032 tenes 15 así que te puedo hablar así). (acaba de empezar El Amor de Mi Vida de Eddie. No puedo más de puñez). Decía que a mamá le gusté por ese tatú que tenía que ver justamente con hacer cosas, con expresarte creativamente. Ella lo vio aunque no se lo había contado. Hace rato que no lo hacía. El soma de la sociedad moderna esta por todos lados y la chance de distraerme es altísima. Bienvenida seas por hacerme sentar aca encorvado a volcar todo esto. Igual entiendo que es un momento. Todo son momentos, y ya volverán los más prolíficos. 

Y de paso decile FELIZ CUMPLE al abuelo Mario. Hoy, primero de Diciembre, el primer día de vacaciones cuando él era chico, es su cumpleaños. Freno. Miro las teclas. No sale nada fácil. (Eddie acaba de empezar a cantar "Siempre te recordaré", hablame de casualidades). Sos Let it Be papá. Sos la palabra justa. Una injusticia que te hayas ido temprano. En tu ley, capaz, pero injusto. Una charla en tu living. Todo madera. El trono de mimbre que te acompañó cual Game of Thrones. Eras de película. Como se me embotella la cosa cuando miro para abajo. La alegría es mucho más cómoda. Te miro en mi brazo con esa cara de paz. Cara de estar mirando el mar. 




jueves, abril 04, 2013

automatique 2

Veo un presente que se hace pasado antes de que gire la cabeza buscando el camino que me trajo hasta aca. Hay una puerta que son mil puertas, una llave que abre cabezas. Los umbrales de colores bailan sin coreografía al son de un ritmo sin tierra ni aire que se deja con una deriva feliz. No existe el orden para el descubrimiento, solo ritmo. Esta la cadencia de la personalidad en la búsqueda, el que no espera sorpresas bajo su cama, y de los otros. Si hay que elegir bando en la guerra por el principio de mañana, voy al lado de los que nunca quieren saber los finales y esperan que a la vuelta de la esquina no haya solo otra esquina, sino un montón de puertas entreabiertas.

Temón.

Hay un eco que resuena pero no viene de ningún lado, es solo una vibración de algo que nunca llego a ser y ahora toma sentido de melodía de lo que pudo haber sido. Escribo sin parar y siento que me voy a un lugar hondo, un espiral descendente de complicación mental que no me deja volver a algo tan simple como "que temón", lo que es mucho mas que un "buen tema".
Un temón va por el camino de los pocos sin tiempo. Esos que aparecen antes de su momento y se quedan esperando a que los alcancen los que vienen de paso. Hay una perpetuidad casi maldita en esos acordes que cruzan barreras generacionales, una eternidad sádica que se regocija viendo como muchos pasan sin dejar sombra mientras otros tapan mundos enteros con colores inventados.

viernes, marzo 01, 2013

automatique


Veo una luz tenue, seca. Se extingue pero no muere, esta esperando. Tintinea con el viento, baila con unas hojas que quieren volar su único vuelo.  Me salgo de la manchita que llama mi atención para ver las cosas de lejos. Hay una perspectiva de diagonales convergentes en un punto minúsculo que no conduce a nada. Silbo una melodía, la melodía, la que siempre silbo, que no sé de dónde salió. Hay caminos que aparecen cuando los demás no tientan. Otro sorbo de mareo y las defensas que siguen en su caída libre de hoja seca. Aflora con esto un dulzor que empalaga y da ganas de patear un tacho para desmitificar a los ídolos. La escritura no se pide, aparece cuando quiere, mientras las diagonales se pierden, las hojas caen, la luz no se apaga y la noche toma carrera para pegarme un patadón en la nuca en cuanto mire para otro lado. Me detengo en los acentos para no seguir con algo que parece errático, incongruente y peligroso. Las subrayadas rojas me ponen de mal humor y me recuerdan a las profesoras que por culo inquieto me tenían cagando, y disfrutaban de tacharme hojas enteras con sus rojos sangre y una nota al pie diciendo que debería charlar más y corregir menos, o viceversa, da igual, hoy yo me cago en ellas. Vale no detenerse, vale avanzar, mirando para atrás sólo de a ratos, siguiendo la luna adonde ella quiera, doblando una esquina que no recomiendan, buscando algo que nunca aparece. 

jueves, mayo 12, 2011

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La nada misma me enfrenta a la posibilidad del todo. El vacio blanco me invita a empezar, por donde quiera. Sin limitaciones. Literalmente, puedo hacer lo que se me cante el culo.

El infinito queda chico frente a la no inmensidad de la blancura. Y esa inmensidad me atolondra. Apelotona un monton de lugares comunes a las puertas de lo que pudiendo ser una revelación, seguramente sera una historia más. No queda ni un lugarcito para que se cuele algo novedoso, algo que me sorprenda la mano a medida que bajan las órdenes.

Es la misma nada, o inmensidad, o como le quieran decir, la que me hace reparar en ella en vez de pasarla por el costado, y dejarla en el olvido tan sólo con la primera oración.

miércoles, marzo 02, 2011

Aventura Pasajera - Capítulo 1


Todo tachero tiene al menos una historia poco creíble que involucra al sexo opuesto. Durante el viaje, hay un acuerdo tácito entre el taxista y el pasajero: jamás se ha de cuestionar el relato del conductor, al igual que nadie se cuestiona porqué al Increible Hulk siempre se le rompía toda la pilcha, pero le quedaban los jeans hechos bermudas.

César labura el turno noche desde hace quince años, detesta el tránsito de la hora pico, y se podría decir que le fascina la clandestinidad de lo oscuro.

Los fines de semana suele ir por San Telmo, atraído por las propinas en otro idioma. En la semana, como todos, se las rebusca: Puerto Madero, hipódromo de Palermo, y alguna que otra pasada por los lagos, a saludar amigas.

“Humberto Primo y Defensa”, le dijo una parejita que subió en Barrio Norte. Le pagaron sin propina, claro y, al bajar, entraron de la mano en una parrillita escondida. César pispió a ver si enganchaba algún extranjero saliendo. “Los yankees salen a comer a las ocho, alguno engancho seguro”. Pasaron un par de minutos hasta que vio salir a una mujer. Alta, de pelo negro, tez blanca, muy blanca. – Ahí vamos- pensó. La mujer saluda al mozo que le abre la puerta, cuando pasa el púber aprovecha para mirarle el culo, con una impunidad adolescente. Llevaba un vestido de verano: corto, colorido, suelto. Sandalias de cuero de feria hippie, y una cartera que no hacía juego, pero acompañaba. Parecía haber pasado los cuarenta, bien llevados, con pasos livianos, y piernas largas. Se acercó a la ventanilla, que César había bajado estratégicamente.

¿Ista librrre?

Sí, claro suba.

Después de las dos o tres preguntas clave, César apenas logró entender que era alemana, que nunca había estado en Argentina, y que le gustaba viajar sola. Hablaba despacito, pero mucho. Metía una o dos palabras en castellano mal pronunciado, que no daban ni pistas de lo que quería decir. — Palerrrrmo, dijo en un momento. — “Jonduras”, César encaró para ahí. Ella lo entendía aún menos. La carencia aleatoria de “eses” y de un par de piezas dentarias lograban un lunfardo cerrado y poco amigable, pese al esfuerzo de él por hacerse entender.

Al pasar por la Casa Rosada, cuando ella volvió la mirada, movió el espejito para mirarle las piernas. Durante el viaje siguió hablando de Buenos Aires, aunque era evidente que no había comunicación posible. Ella, despreocupada, no había cruzado las piernas y dejaba ver una bombacha blanca de encaje. César alternaba frenéticamente la mirada entre el camino y el espejo y se tomaba su tiempo en llegar a destino. Al llegar, mientras le cobraba, se ofreció a llevarla a ver un buen espectáculo. — Show, decía, — ¿querés ver un show? ¿Mañana? ¡Muy bueno! Repetía mientras levantaba el pulgar reafirmando el mensaje. La mujer, de evidente espíritu aventurero, sin entender demasiado, accedió.

Joya, a las ocho, yo paso a buscar, ¿sí? Decía César, mientras le señalaba el ocho en su paddle watch. —¿Tu nombre?

Sí, a las osho ista bien. Por favour no Tango-Show, no gusto. Bajó del taxi, y antes de cerrar la puerta se dio vuelta —Mi nombre is Anna.

César encaró directo a la parada de Independencia y Tacuarí. Su única opción era un show de tango donde sabía que no le cobraban porque siempre llevaba turistas.

Entró al bar de la estación, sin preguntar el de la caja le sirvió un café y bajó dos atados de Parliament. Pagó y fue a sentarse a la barra, al lado de Fernandito. Un pendejo medio hippon, con rastas, que estaba laburando el taxi porque quería juntar guita para viajar por Latinoamérica.

Le explicó la situación, con algunos agregados, que enaltecían su manejo con el sexo opuesto.

Ayudame Fernandito, concluyó César. No se adónde carajo llevarla.

Tranquilo mi amigo, tengo la solución a tus problemas. Mañana temprano, te vas a Sarmiento y Ecuador, al Konex y sacas entradas para Onda Vaga. A la minita le va a encantar, está lleno de extranjeros y es música bien latina. Ahora, venite conmigo al tacho que te doy un fasito, con eso terminas de cocinar el guiso, papá.

El domingo no salió con la camisa y la corbata que exigian por norma en la radio. Se puso la remera de los Stones que compró en River, año 95, la campera de jean Charro gastada, el Wrangler, un clásico que nunca pasa de moda y mocasines negros. Hasta se tomó el trabajo de comprarse un par de medias nuevo, para evitar tener que esconder los agujeros, se sentía con suerte.

Bajó del taxi, con aires altaneros, pucho en mano, escondiendo el dolor de espalda por las doce horas que venía pegándole de corrido. Tuvo que hacerlo para recuperar la guita que iba a gastar esa noche. Dio la vuelta al auto y le abrió la puerta. Justo antes de subir, Anna extendió su mano para saludarlo. El la agarró del brazo y la acercó para darle un beso en el cachete. Pasó la otra mano por detrás de su espalda y se aseguro de sostenerla un segundo extra mientras saludaba, era el termómetro. Si se alejaba enseguida, iba a tener que laburar, si se quedaba esperando que él la suelte, la cosa venía fácil. Su cara, la de ella, era de sorpresa, y falta de costumbre, no se alejó rápido, punto para César. Sus facciones distaban de ser perfectas, decir que era fea sería una injusticia, era más bien de rasgos desordenados. Tenía un andar alegre y sus movimientos parecían poco premeditados. Pese al jean holgado, se notaba que tenía un culo importante. Arriba, una campera de cuero roja, no permitía adivinar el resto. Su experiencia, la de él, decía que esas caderas debían hacer juego con unas tetas dignas de ser usadas para conciliar el sueño una tarde de domingo.

To be continued...

martes, marzo 01, 2011

Aventura Pasajera - Capítulo 2

Llegaron al Konex a las diez en punto, como decía en las entradas. En la fila había unas cuarenta personas, raro para un grupo que supuestamente era tan conocido. César se acercó al quinceañero que estaba delante suyo y le preguntó por qué había tan poca gente. El chico le explicó que Onda Vaga iba a salir a eso de las doce, antes tocaban las bandas soporte. César no pudo esconder la sonrisa, tendría dos horas de músicos ignotos para poder tomarse unas birras y hacer su trabajo fino. Una vez adentro, se acomodaron en un rincón y él fue a comprar una cerveza, grande.

Onda Vaga salió dos horas, tres bandas, y seis cervezas más tarde. César alternaba risas, tropiezos de baile improvisados y unas manos movedizas que investigaban a su compañera. Todo eso condimentado con una pizca de indignación, porque ella, que vino con euros, no había pagado ni una birra.

Ella buscaba algún punto en lo alto para descansar los ojos de la implacable y lasciva mirada de su compañero. Sus ojos, los de él, cansados de correrla, empezaron a distraerse con el olor de las adolescentes. Chicas que ensayaban bailes sensuales al ritmo de una música que parecía estar hablando sólo con ellas.

No había pasado media hora y César veía que el panorama no estaba claro. Metió la mano en el bolsillo y sacó el as bajo la manga, su último recurso ya fue, que esplote — Lo prendió con total naturalidad, aunque hizo esfuerzos por no toser. La última vez que había prendido uno fue en Gesell, año ochenta y cuatro. Una paranoia mayúscula, que lo encontró revoleándole un cuchillo a un amigo, terminó por alejarlo de la marihuana.

¿Fuma’? Le dijo, acercándole el porro, con carpa, no por los de seguridad, sino para evitar que los pendejos le mangueen una seca.

Sonrió y asintió. Le dio un par de pitadas, mostrando más experiencia que él en la materia. — Estas europeas son todas faloperas, pensaba mientras se sonreía. Tres pitadas le devolvieron las esperanzas de un final feliz.

Fumaron un poco más y sin darse cuenta se encontraron imitando a las chicas de los pasos sensuales. Ella dándole la espalda, él, con las manos en su cintura, sosteniéndola cerca, bien cerca. Se apoyaba despacio, no por miedo, sino para ver su reaccción — Como te gusta turrita, le dijo al oído, escondido en la impunidad de un idioma extraño. Ella se movió apenas unos centímetros para atrás, apretando levemente el culo contra él. Casi instantáneamente a César se le puso dura al punto que ella se separo un poco y giro la cabeza con una mirada cómplice. Sabiendo leer la situación, le tiró la boca. El beso fue apresurado, de arrebato. Antes de poder empezar a disfrutarlo terminó una canción y ella usó los aplausos de excusa para cortarlo.

Ya con las defensas bajas y la billetera aturdida, César fue a por más cerveza. Dos más, e iban ocho. Los reflejos y las inhibiciones se habían tomado un recreo luego de la cuarta. Los pasos torpes y las caricias en el culo tomaron el protagonismo. Ella, un poco incómoda, entre sonrisas y bailes elusivos trataba de evitar el espectáculo. Para cuando las cervezas se acabaron a César lo atrapó un hambre voraz. Claro, había comido un sanguche de milanesa hacía doce horas. Metió la mano en el bolsillo y se dio cuenta que le quedaban ocho pesos —Esta mina no larga un mango ni que la acogoten ¡que lo parió!

Fue hasta la barra y volvió con un pancho cubierto de papas pai y todas las salsas que había en el mostrador. Si debajo de todo eso había, o no, una salchicha era casi un misterio. No atinó a preguntarle si quería, primero porque no le alcanzaba para comprarle uno y segundo porque no iba a compartir el suyo. —Si quiere que afloje el cocodrilo. Terminó el pancho en segundos, el problema era cómo bajarlo sin un trago de cerveza. Se dio vuelta y le pidió a un pibe. Después de un buen sorbo le dijo:

Gracia’ loco, me salvaste, lo tenía atravesado.

Todo bien viejo, yo también me acabo de comer uno. ¡Alto bajón, eh!

Sí, loco, tenía un hambre que parecían dos. Gracia’ eh.

Se dio vuelta y la vio a Anna bailando muy suelta de cuerpo, le dio una palmada en el culo y le dijo que tenía que ir al baño. De camino revoleaba piropos a casi todo lo que se cruzaba. Un desahogo, por no poder embadurnarla con todas las cosas que le hubiera querido decir.

Para volver se guiaba usando la campera roja como faro entre la multitud, cada excursión al baño costaba más encontrarla. Caminaba hacia donde estaban mirando para todos lados, porque no lograba verla entre la multitud. La curiosidad devino en inquietud y desesperación casi al mismo tiempo. Llegó al lugar adonde habían estado bailando. La banda se estaba despidiendo. Mientras bajaban se escuchaba el “UNA MÁS, Y NO JODEMOS MÁS”. Preguntó a las chicas que estaban a su alrededor, por la señora de campera roja que estaba con él. Nadie sabía nada. Como si nunca hubieran estado ahí. Desconcertado, encaró para la puerta. Mientras tanto, la banda volvía al escenario, envuelta en aplausos. Ya cerca de la puerta siente que le tocan la espalda. César se dio vuelta rápido con una sonrisa y cuando estaba por decir “Anna”, vio que era el flaco que lo había ayudado a bajar el pancho hacía un ratito.