martes, marzo 01, 2011

Aventura Pasajera - Capítulo 2

Llegaron al Konex a las diez en punto, como decía en las entradas. En la fila había unas cuarenta personas, raro para un grupo que supuestamente era tan conocido. César se acercó al quinceañero que estaba delante suyo y le preguntó por qué había tan poca gente. El chico le explicó que Onda Vaga iba a salir a eso de las doce, antes tocaban las bandas soporte. César no pudo esconder la sonrisa, tendría dos horas de músicos ignotos para poder tomarse unas birras y hacer su trabajo fino. Una vez adentro, se acomodaron en un rincón y él fue a comprar una cerveza, grande.

Onda Vaga salió dos horas, tres bandas, y seis cervezas más tarde. César alternaba risas, tropiezos de baile improvisados y unas manos movedizas que investigaban a su compañera. Todo eso condimentado con una pizca de indignación, porque ella, que vino con euros, no había pagado ni una birra.

Ella buscaba algún punto en lo alto para descansar los ojos de la implacable y lasciva mirada de su compañero. Sus ojos, los de él, cansados de correrla, empezaron a distraerse con el olor de las adolescentes. Chicas que ensayaban bailes sensuales al ritmo de una música que parecía estar hablando sólo con ellas.

No había pasado media hora y César veía que el panorama no estaba claro. Metió la mano en el bolsillo y sacó el as bajo la manga, su último recurso ya fue, que esplote — Lo prendió con total naturalidad, aunque hizo esfuerzos por no toser. La última vez que había prendido uno fue en Gesell, año ochenta y cuatro. Una paranoia mayúscula, que lo encontró revoleándole un cuchillo a un amigo, terminó por alejarlo de la marihuana.

¿Fuma’? Le dijo, acercándole el porro, con carpa, no por los de seguridad, sino para evitar que los pendejos le mangueen una seca.

Sonrió y asintió. Le dio un par de pitadas, mostrando más experiencia que él en la materia. — Estas europeas son todas faloperas, pensaba mientras se sonreía. Tres pitadas le devolvieron las esperanzas de un final feliz.

Fumaron un poco más y sin darse cuenta se encontraron imitando a las chicas de los pasos sensuales. Ella dándole la espalda, él, con las manos en su cintura, sosteniéndola cerca, bien cerca. Se apoyaba despacio, no por miedo, sino para ver su reaccción — Como te gusta turrita, le dijo al oído, escondido en la impunidad de un idioma extraño. Ella se movió apenas unos centímetros para atrás, apretando levemente el culo contra él. Casi instantáneamente a César se le puso dura al punto que ella se separo un poco y giro la cabeza con una mirada cómplice. Sabiendo leer la situación, le tiró la boca. El beso fue apresurado, de arrebato. Antes de poder empezar a disfrutarlo terminó una canción y ella usó los aplausos de excusa para cortarlo.

Ya con las defensas bajas y la billetera aturdida, César fue a por más cerveza. Dos más, e iban ocho. Los reflejos y las inhibiciones se habían tomado un recreo luego de la cuarta. Los pasos torpes y las caricias en el culo tomaron el protagonismo. Ella, un poco incómoda, entre sonrisas y bailes elusivos trataba de evitar el espectáculo. Para cuando las cervezas se acabaron a César lo atrapó un hambre voraz. Claro, había comido un sanguche de milanesa hacía doce horas. Metió la mano en el bolsillo y se dio cuenta que le quedaban ocho pesos —Esta mina no larga un mango ni que la acogoten ¡que lo parió!

Fue hasta la barra y volvió con un pancho cubierto de papas pai y todas las salsas que había en el mostrador. Si debajo de todo eso había, o no, una salchicha era casi un misterio. No atinó a preguntarle si quería, primero porque no le alcanzaba para comprarle uno y segundo porque no iba a compartir el suyo. —Si quiere que afloje el cocodrilo. Terminó el pancho en segundos, el problema era cómo bajarlo sin un trago de cerveza. Se dio vuelta y le pidió a un pibe. Después de un buen sorbo le dijo:

Gracia’ loco, me salvaste, lo tenía atravesado.

Todo bien viejo, yo también me acabo de comer uno. ¡Alto bajón, eh!

Sí, loco, tenía un hambre que parecían dos. Gracia’ eh.

Se dio vuelta y la vio a Anna bailando muy suelta de cuerpo, le dio una palmada en el culo y le dijo que tenía que ir al baño. De camino revoleaba piropos a casi todo lo que se cruzaba. Un desahogo, por no poder embadurnarla con todas las cosas que le hubiera querido decir.

Para volver se guiaba usando la campera roja como faro entre la multitud, cada excursión al baño costaba más encontrarla. Caminaba hacia donde estaban mirando para todos lados, porque no lograba verla entre la multitud. La curiosidad devino en inquietud y desesperación casi al mismo tiempo. Llegó al lugar adonde habían estado bailando. La banda se estaba despidiendo. Mientras bajaban se escuchaba el “UNA MÁS, Y NO JODEMOS MÁS”. Preguntó a las chicas que estaban a su alrededor, por la señora de campera roja que estaba con él. Nadie sabía nada. Como si nunca hubieran estado ahí. Desconcertado, encaró para la puerta. Mientras tanto, la banda volvía al escenario, envuelta en aplausos. Ya cerca de la puerta siente que le tocan la espalda. César se dio vuelta rápido con una sonrisa y cuando estaba por decir “Anna”, vio que era el flaco que lo había ayudado a bajar el pancho hacía un ratito.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

... Me dejaste pedaleando en el aire...

...Cuándo es la próxima entrega?

Beso!
La

Lima Limón dijo...

Noooooooooooooo!!!!!!!!!!!!!!!
Parte 3, Parte 3!!!!!

Lima Limón dijo...

Noooooooooooooooooooooooooo!!!!!!!
Parte 3!!! Parte 3!!!

Lima Limón dijo...

Nooooooooooooooooooooooo!!!!!!!!
Parte 3!!! Parte 3!!!