miércoles, marzo 02, 2011

Aventura Pasajera - Capítulo 1


Todo tachero tiene al menos una historia poco creíble que involucra al sexo opuesto. Durante el viaje, hay un acuerdo tácito entre el taxista y el pasajero: jamás se ha de cuestionar el relato del conductor, al igual que nadie se cuestiona porqué al Increible Hulk siempre se le rompía toda la pilcha, pero le quedaban los jeans hechos bermudas.

César labura el turno noche desde hace quince años, detesta el tránsito de la hora pico, y se podría decir que le fascina la clandestinidad de lo oscuro.

Los fines de semana suele ir por San Telmo, atraído por las propinas en otro idioma. En la semana, como todos, se las rebusca: Puerto Madero, hipódromo de Palermo, y alguna que otra pasada por los lagos, a saludar amigas.

“Humberto Primo y Defensa”, le dijo una parejita que subió en Barrio Norte. Le pagaron sin propina, claro y, al bajar, entraron de la mano en una parrillita escondida. César pispió a ver si enganchaba algún extranjero saliendo. “Los yankees salen a comer a las ocho, alguno engancho seguro”. Pasaron un par de minutos hasta que vio salir a una mujer. Alta, de pelo negro, tez blanca, muy blanca. – Ahí vamos- pensó. La mujer saluda al mozo que le abre la puerta, cuando pasa el púber aprovecha para mirarle el culo, con una impunidad adolescente. Llevaba un vestido de verano: corto, colorido, suelto. Sandalias de cuero de feria hippie, y una cartera que no hacía juego, pero acompañaba. Parecía haber pasado los cuarenta, bien llevados, con pasos livianos, y piernas largas. Se acercó a la ventanilla, que César había bajado estratégicamente.

¿Ista librrre?

Sí, claro suba.

Después de las dos o tres preguntas clave, César apenas logró entender que era alemana, que nunca había estado en Argentina, y que le gustaba viajar sola. Hablaba despacito, pero mucho. Metía una o dos palabras en castellano mal pronunciado, que no daban ni pistas de lo que quería decir. — Palerrrrmo, dijo en un momento. — “Jonduras”, César encaró para ahí. Ella lo entendía aún menos. La carencia aleatoria de “eses” y de un par de piezas dentarias lograban un lunfardo cerrado y poco amigable, pese al esfuerzo de él por hacerse entender.

Al pasar por la Casa Rosada, cuando ella volvió la mirada, movió el espejito para mirarle las piernas. Durante el viaje siguió hablando de Buenos Aires, aunque era evidente que no había comunicación posible. Ella, despreocupada, no había cruzado las piernas y dejaba ver una bombacha blanca de encaje. César alternaba frenéticamente la mirada entre el camino y el espejo y se tomaba su tiempo en llegar a destino. Al llegar, mientras le cobraba, se ofreció a llevarla a ver un buen espectáculo. — Show, decía, — ¿querés ver un show? ¿Mañana? ¡Muy bueno! Repetía mientras levantaba el pulgar reafirmando el mensaje. La mujer, de evidente espíritu aventurero, sin entender demasiado, accedió.

Joya, a las ocho, yo paso a buscar, ¿sí? Decía César, mientras le señalaba el ocho en su paddle watch. —¿Tu nombre?

Sí, a las osho ista bien. Por favour no Tango-Show, no gusto. Bajó del taxi, y antes de cerrar la puerta se dio vuelta —Mi nombre is Anna.

César encaró directo a la parada de Independencia y Tacuarí. Su única opción era un show de tango donde sabía que no le cobraban porque siempre llevaba turistas.

Entró al bar de la estación, sin preguntar el de la caja le sirvió un café y bajó dos atados de Parliament. Pagó y fue a sentarse a la barra, al lado de Fernandito. Un pendejo medio hippon, con rastas, que estaba laburando el taxi porque quería juntar guita para viajar por Latinoamérica.

Le explicó la situación, con algunos agregados, que enaltecían su manejo con el sexo opuesto.

Ayudame Fernandito, concluyó César. No se adónde carajo llevarla.

Tranquilo mi amigo, tengo la solución a tus problemas. Mañana temprano, te vas a Sarmiento y Ecuador, al Konex y sacas entradas para Onda Vaga. A la minita le va a encantar, está lleno de extranjeros y es música bien latina. Ahora, venite conmigo al tacho que te doy un fasito, con eso terminas de cocinar el guiso, papá.

El domingo no salió con la camisa y la corbata que exigian por norma en la radio. Se puso la remera de los Stones que compró en River, año 95, la campera de jean Charro gastada, el Wrangler, un clásico que nunca pasa de moda y mocasines negros. Hasta se tomó el trabajo de comprarse un par de medias nuevo, para evitar tener que esconder los agujeros, se sentía con suerte.

Bajó del taxi, con aires altaneros, pucho en mano, escondiendo el dolor de espalda por las doce horas que venía pegándole de corrido. Tuvo que hacerlo para recuperar la guita que iba a gastar esa noche. Dio la vuelta al auto y le abrió la puerta. Justo antes de subir, Anna extendió su mano para saludarlo. El la agarró del brazo y la acercó para darle un beso en el cachete. Pasó la otra mano por detrás de su espalda y se aseguro de sostenerla un segundo extra mientras saludaba, era el termómetro. Si se alejaba enseguida, iba a tener que laburar, si se quedaba esperando que él la suelte, la cosa venía fácil. Su cara, la de ella, era de sorpresa, y falta de costumbre, no se alejó rápido, punto para César. Sus facciones distaban de ser perfectas, decir que era fea sería una injusticia, era más bien de rasgos desordenados. Tenía un andar alegre y sus movimientos parecían poco premeditados. Pese al jean holgado, se notaba que tenía un culo importante. Arriba, una campera de cuero roja, no permitía adivinar el resto. Su experiencia, la de él, decía que esas caderas debían hacer juego con unas tetas dignas de ser usadas para conciliar el sueño una tarde de domingo.

To be continued...

3 comentarios:

Let dijo...

ahhhh nnonononoon que FINALLLLLL!

Lima Limón dijo...

El que no puede en la realidad, puede en la fantasía!

The Tarambana dijo...

ya lo decía Berugo: "Atrevase a soñaaaaaar"