martes, febrero 10, 2009

El ciclo del agua




Lluvia pesada y abundante. Las gotas forman una reja intermitente que me impide abandonar la habitación. Me siento preso por un rato, cuando la naturaleza se cansa de vernos, envía una lluvia que nos encarcela bajo techo. Algunos no pueden vivir tras las rejas, nacieron para ser libres, son nómades en una sociedad sedentaria. Empapados, buscan refugio y combaten el frío tratando de calentar la ropa con su propio cuerpo.

Salgo a caminar bajo la lluvia. Necesito sentirme más en contacto con lo que me rodea. Rompo las rejas que me quieren guardar, me despojo de la posibilidad de refugio y quedo inmerso en la intemperie de una calle para pocos. Un hombre sin rostro me pasa por al lado, se cansó de verse triste frente al espejo y optó por liberarse de la pesada carga de sus expresiones.

Las luces de neón se apagan bien entrada la noche. Se convierten en tubos inertes, sin protagonismo, ni atención. Se apagan para no desperdiciar energía. Casi no queda gente en la calle para recibir su mensaje. Ese único mensaje para el que fueron concebidos, desde su nacimiento hasta que su luz se extinga. Los que quedan en la calle son los que están condenados a vivir bajo la lluvia, y a ellos no se les puede vender nada.

En mi escritorio la botella transpira. Por algún fenómeno de la física que desconozco, el agua fría pasa a través del impenetrable plástico con toda su fuerza y ansias de libertad. Las gotas que no luchan se quedan ahí, esperando que yo me sirva otro poco, y si tienen suerte, serán liberadas en forma de transpiración, o de pis. De cualquier manera, es un final horrible para algo tan puro como el agua. En cambio, las valientes que logran transpirar su camino al exterior, se evaporan. Para una gota evaporarse es como desintegrarse, morir. En el caso del agua, como algunos creen que pasa con los humanos, las gotas que mueren sí van al cielo, y ellas realmente viven en las nubes. Se unen con otras gotas y esperan su momento. Al alcanzar la madurez reencarnan, se precipitan a la tierra y forman una reja intermitente como la que pretendía no dejarme salir.

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